Por Juan Grabois
Un arado de la década de 1930 surca el campo el suelo de la quinta que Yona alquila a veinte minutos del centro de La Feliz. Aquí, en el centro, en las playas, cientos y cientos de miles de personas veranean. Un poco más allá, en Chapadmalal, miles de familias humildes ven por primera vez el mar y se alojan en los hoteles sociales recuperados del abandono. Ahí nomás está el presidente con su familia y la cúpula del poder político. A pocos kilómetros, en Los Acantilados, estamos los sectores medios, un poco más lejos en Rucahue o los Troncos está la clase alta. Pero este mediodía, todos, pobres, ricos, clase media, comemos la lechuga que produce Yona y su familia. Yona y su familia, los sin techo; Yona y su familia, los sin derechos.
Yona vive hace diez años en esa quinta que hoy recorro junto a un grupo de productores del cinturón frutihortícola de General Pueyrredón antes de una masiva asamblea en Laguna de los Padres. Ella vive con su familia en un rancho precario y espera que las jaulas de verdura que vende a culata de camión alcancen para pagar el alquiler y la vida, tal vez para ahorrar un poco, tal vez para comprar una chata, tal vez para algún día salir del arriendo… pero en pocos meses vendrá el Dueño a negociar otra renovación anual, sin respetar el plazo mínimo de tres años que establece la ley de arrendamientos rurales ni ninguna otra de sus cláusulas que protegen al productor. A este lado de La Feliz no llegan ningún inspector y cuando llega es para joder al productor.
Cuando esté en el campo, el Dueño va a orejear bien la producción y a la productora para ajustar el canon locativo y obtener la máxima renta posible. Si ve que le está yendo mejor, le aplica un aumento que la sumerge de nuevo en la asfixiante pobreza. No todos los Dueños son sanguijuelas, dice Yona, pero muchos simplemente creen que la ley no está hecha para ellos y no tienen piedad. Aceptas sus reglas o de patitas a la calle. Que triste que a estos Dueños tantas veces los llamen “productores” en los debates sobre conflictos de la ruralidad.
Yona trabaja de sol a sol, pero para algunos entraría en la categoría de choriplanera porque cobra un “plan social”. Los charlistas que repiten el slogan de “la cultura del trabajo” no tienen intención de entender que lo que cobra Yona es un complemento de ingresos porque, como el 90% de los trabajadores informales, la que hace laburando no alcanza. Entre la que se lleva el Dueño, la que se lleva el intermediario, la que se lleva el semillero: de 1.000 pesos que vos pagas, a ella le quedan 50. Es el eslabón más débil de una larga cadena de valor que va desde su quinta a tu mesa. Sin el Salario Social Complementario y sin la organización popular posiblemente ella y muchas otras familias quinteras tendría que salir del campo y mudarse a una villa.
LAS HUELLAS DEL PLANERO
Con todo, aunque cueste creerlo, dentro del mundo quintero, Yona es una privilegiada. Logró alquilar. Si las cosas le salen bien, capás que hace una diferencia. El que está realmente jodido es el porcentajero (aparecero). Es un mecanismo de doble subordinación. El Dueño alquila el campo al Patrón; el Patrón encarga la producción al Porcentajero. En general, el acuerdo es 70% para el patrón y 30% para el productor. Al igual que Johana, David trabaja todo el día, con un arado viejo, produciendo lo que vos y yo comemos … pero de ahorrar ni hablar; apenas para comer. Será por eso que cobra también un Salario Social Complementario.
Nuestra lechuga tiene las huellas del planero y el sudor del explotado que claman al cielo por un pedazo de tierra propia. Eso que nosotros llamamos reforma agraria, eso que tanto espanta a muchos que no tienen más tierra que la de tu maceta, es simplemente que la tierra sea para quien la trabaja. No se trata de sacarle a nadie su propiedad privada, se trata de que la propiedad privada esté al alcance de todos. La reforma agraria tiene más de american dream* que de marxismo leninismo. Pero las zonceras serán siempre zonceras.
Yona y David son más de cien mil quinteros frutihortícolas en todo el país, concentrados fundamentalmente en lo que nosotros llamamos Zonas Estratégicas de Producción de Alimentos. Viven en un estado de absoluta indefensión y subordinación a propietarios que no respetan siquiera la magra legislación vigente. Muchos cobran el Salario Social Complementario como producto de la lucha de las organizaciones populares, muchos otros no, pero el que se atreva a decir que no son trabajadores simplemente tiene que mirar la rodaja de tomate de su pizza y preguntarse de dónde viene.
Fuente: elDiarioAR
Deja un comentario