Con motivo de la realización del Primer Festival Internacional de Cine realizado en Mar del Plata en 1954 y cuyos integrantes fueran homenajeados en Sierra de los Padres con un asado a la criolla, cabe destacar la siguiente anécdota. Por la inauguración del festival había arribado a la ciudad el señor Presidente de la Nación General Juan Domingo Perón, quién rodeado de funcionarios de las más altas jerarquías se alojó en el Hotel Provincial. Rodeado de custodios que atisbaban todos los movimientos que se generaban alrededor del Presidente, mirando hasta detrás de los cuadros, no dejando un solo espacio sin cubrir, vigilando todos sus movimientos, controlando sus comidas, si dormía, si no dormía.
El cerco tan sutilmente tejido por Inteligencia y por el personal de la custodia presidencial, impedía el movimiento del General Perón sin que sus pasos escaparan al control rígido y estricto del organismo de seguridad. Los jefes de Estado por una razón lógica, son objeto de una vigilancia que va tendiendo a su alrededor una sutil trama cubriendo todos sus actos, no solo oficiales sino también a los que hace a su vida privada.
Al día siguiente de arribar a Mar del Plata, el General, muy temprano, a eso de las 6 de la mañana, vestido como un turista cualquiera, bajó de su habitación hasta las cocheras, pasó, indudablemente, por delante de algún custodio medio dormido y fue hasta el lugar donde estaba una moto de gran cilindrada, marca Hoffman, que había hecho traer especialmente de la Capital y montando en ella, despacito y silenciosamente salió tomando por la avenida Luro hasta la ruta 226 y al llegar al cruce del Coyunco dobla y entra a sierra, donde después de recorrer parte de la misma vuelve a salir hasta la ruta tomando ya más ligero el camino asfaltado, gozando del paisaje y aspirando el suave y aromático aire serrano.
En el límite del Partido de General Pueyrredon con Balcarce existe un viejo boliche llamado El Dorado, que en esa época era propiedad del Negro Valdez y Juan Arcoyen, teniendo las características propias de los boliches de antaño, donde se mezclaban las cosas más insólitas, bebidas con chorizos de campo, gallinas vivas junto a lechones, palas y aperos, bozales y riendas, pan y facturas. El Presidente Perón llega hasta el boliche, se apea de la moto, estira brazos y piernas, se quita el gorro de visera y entra al salón donde 3 o 4 paisanos madrugadores rendían honores al Dios Baco.
Se arrima al mostrador de madera, viejo como el boliche pero con la cobertura de cinc reluciente y brilloso de tanto pasar la rejilla, saluda con un “Buenos días a los presentes” pide una ginebra en vaso chico y dice al Negro Valdez que repita la vuelta a los amigos presentes y también al bolichero. Los que se hallaban ahí reconocieron al General Perón y un nudo sintieron en las gargantas, no pudiendo articular, ni los parroquianos ni los bolicheros, ni un quejido tal era la sorpresa recibida. El silencio fue roto por Perón solicitando la cuenta de lo servido. Con vos entrecortada y balbuceando, el Negro se negó alegando que era para ellos un honor, pero el General insistió nuevamente poniendo arriba del viejo mostrador algunos billetes, que sobrepasaban holgadamente el importe de la vuelta del envite y que para él era un gusto invitarlos, diciéndoles que si no le cobraban la bebida no volvería más a beber a ese lugar.
Saludó respetuosamente, se puso el gorro de visera, montó en la moto y sonriendo volvió a las tribulaciones y compromisos que lo esperaban en la ciudad.
Extraído del libro de Abel Segura
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