Este cuento ya lo contamos una vez y en circunstancias muy distintas, pero las cosas que ocurren a veces nos llevan a releer y recordar y volver a contarlo. Además como dice “la Legrand” el público siempre se renueva y nosotros agregaríamos crece, ya que hay muchos vecinos nuevos que llegaron a la zona en los últimos años.
Había una vez un ratón, que mirando por un agujero en la pared, ve al granjero y su esposa abriendo un paquete.
Sintió emoción pensando qué era lo que contenía. ¿Qué tipo de comida puede haber allí?
Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una ratonera!!!
Fue corriendo al patio de la Granja a advertir a todos:
«Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa!!!».
La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levantó la cabeza y dijo: “Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, más no me perjudica en nada, no me incomoda.”
El ratón fue hasta el cordero y le dice: «Hay una ratonera en la casa, una ratonera!!!» …
“Discúlpeme Sr. Ratón, más no hay nada que yo pueda hacer, solamente pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones.»
El ratón se dirigió entonces a la vaca, y la vaca le dijo: “Pero acaso, ¿yo estoy en peligro? Pienso que no…. es más … estoy segura que no.”
Entonces el ratón volvió a la casa preocupado y abatido para encarar a la ratonera del granjero.
Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando a su víctima.
La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, ella no vio que la ratonera atrapó la cola de una yarará venenosa.
La yarará mordió a la mujer. El granjero la llevó inmediatamente al hospital en la ambulancia de los Bomberos Voluntarios, la única de toda la zona.
Ella volvió con fiebre. El granjero agarró su hacha y fue a buscar a la gallina para hacerle una sopa a su esposa. Como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a visitarla. Para alimentarlos, el granjero mató el cordero.
Mas la mujer no mejoró a pesar de los cuidados y acabó muriendo.
Y el granjero entonces vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.
La moraleja más simple de este cuento es: La próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que como no es tuyo, no le debes prestar atención… Piénsalo dos veces.
Dicen que todos tomamos diferentes caminos en la vida, pero no importa a dónde vayamos, tomamos un poco de cada quien.
Cuando vemos que alguien está en problemas, o tiene una necesidad, o está reclamando por algo, deberíamos pensar en que punto “su” problema nos puede llegar a tocar a nosotros, o no se repetirá con nosotros. Pero aún, si estuviéramos convencidos de que en nada nos perjudicaría, o jamás nos va a pasar no deberíamos mirar a otro lado.
Cuando hablamos de adolescentes, aunque mayores de edad, corriendo picadas en las calles de nuestros barrios, poniendo en peligro la vida no sólo de los que andan en la calle, sino también de los que creen que duermen tranquilos en sus casas, no nos podemos callar.
Cuando vemos veredas intransitables, por los obstáculos o por los pastizales, que nos obligan a caminar por la calle o caminos destruidos, sin zanjas, sin veredas y sabemos que mientras tanto las máquinas de la delegación trabajan en una fábrica de ladrillos, no podemos mirar para otro lado.
Somos en parte víctimas y en parte responsables como sociedad de las cosas que nos tocan ver o vivir. Somos padres, somos hijos, somos nietos y abuelos.
La abogada de una de las víctimas de una noche de juerga, además vecina del barrio, nos preguntaba por qué acá la gente es tan desunida, por qué no se pone de acuerdo, no participa.
Si alguien tiene la respuesta que por favor nos la haga llegar. Lo que creemos, es que se trata de un cóctel de ingredientes muy diversos. En los mayores que generalmente no participan ni se meten en nada salvo algo que pudiera generarles un beneficio directo, los asuntos personales parecen ser prioritarios y estar incluso por encima de la educación y la contención de los hijos.
En los mayores que sí participan, las ansias de figurar o de obtener poder casi a cualquier precio, hacen que confronten aún a las realidades más develadas y evidentes consiguiendo desacuerdos, desunión, logrando espantar a los que quizá se acercarían a participar o colaborar con alguna buena causa.
Los más chicos y jóvenes, todavía no miden el peligro, no encuentran en estas comunidades ni en sus casas la contención que necesitan mientras crecen, sin la posibilidad de practicar un deporte, jugarse un picadito o hacer un “asalto o americana” frente a la mirada de algún adulto que los cuide y controle con autoridad pero sobre todo con afecto.
El tema es que se viene el verano y con él el calor y las yararás bajan de los campos a buscar agua y lugares más frescos, con su veneno, con sus mentiras, con sus anónimos, con las trampas de ratones que terminan matando gallinas, corderos y vacas, las trampas que dejan que las ratas se paseen tranquilas por la calles haciendo en ellas sus “necesidades”.
MIRIAM LEO
Directora